Ensanchamos nuestros espacios para incluirlos a todos

La Vida, espacio de reflexión colectiva sobre la vida consagrada

El panel de La Vida de junio preguntó a las hermanas: ¿Qué tradiciones o prácticas de tu comunidad crean espacio para los demás? (Foto: Unsplash)

El panel de La Vida de junio preguntó a las hermanas: ¿Qué tradiciones o prácticas de tu comunidad crean espacio para los demás? (Foto: Unsplash)

por Panelistas de La Vida

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En un mundo donde el ritmo de vida marcado por el ministerio y los múltiples compromisos congregacionales a menudo impide una conexión significativa, preguntamos a las hermanas: ¿Qué tradiciones o prácticas de tu comunidad crean espacio para los demás?

El panel de La Vida de junio explora cómo las comunidades de mujeres religiosas se comprometen con tradiciones y prácticas que fomentan la inclusividad, crean espacio para los demás y mejoran el bienestar comunitario e individual.

La Vida, testimonios de la vida consagrada

Hna. Begoña Costillo, Orden de San Agustín. (Foto: GSR)

Hna. Begoña Costillo, Orden de San Agustín. (Foto: GSR)

Begoña Costillo es una hermana de la Orden de San Agustín. Ella ingresó en 2012 a la vida religiosa y actualmente vive en el monasterio de la Encarnación de Lima, Perú. Es bachiller en Teología y licenciada en Periodismo y Humanidades. Costillo también participa en el panel The Life, en inglés. 

Cuando llegamos a Lima por primera vez experimentamos el fuerte impacto de lo diferente. El contraste entre nuestro estilo de vida en España y la fisionomía del Perú nos retaba a ensanchar nuestra tienda, para que en ella pudieran entrar todos, todos, todos. Pronto constatamos que la tienda no se ensancha a fuerza de excelentes planes pastorales, aunque siempre hay que planificar un poco, sino en la escucha atenta y activa de Dios, que con su Presencia horada nuestra tierra para asegurar en ella las estacas de una tienda más amplia. Es significativo cómo en ese pasaje de la Escritura (Isaías 55), Dios pide ensanchar la tienda mientras pronuncia en el corazón de su pueblo palabras de infinito amor y ternura, palabras que prometen que Él estará siempre, que su amor será como el de un esposo incondicional, apasionado y comprometido por siempre.

Ensanchar los espacios, entonces, es secundario a algo que nos sucede en lo escondido del corazón: es la consecuencia del 'amor'. Dios nos da de sí y, al llenarnos, se nos estiran las entrañas, para abrazar a muchos. Por eso, ensanchar es acoger la vida que se derrama en nosotras a través de las personas que se acercan al monasterio con sinceros anhelos de Dios y de humanidad, a través de los acontecimientos, la mayoría inesperados, y algunos muy difíciles, y a través del silencio de la oración en la que Dios nos habla. 

"Pronto constatamos que la tienda no se ensancha a fuerza de excelentes planes pastorales, sino en la escucha atenta y activa de Dios": Hna. Begoña Costillo. (Foto: Unsplash)

"Pronto constatamos que la tienda no se ensancha a fuerza de excelentes planes pastorales, sino en la escucha atenta y activa de Dios": Hna. Begoña Costillo. (Foto: Unsplash)

Entonces, abrir espacios es dejarnos hacer por el Espíritu que nos dilata con el calor de su fuego. Es este impulso transformador el que ha quebrado el espacio comunitario para dar cabida a la sed de los que llaman a nuestra puerta: así han surgido los grupos de jóvenes y adolescentes, las catequesis, los voluntariados, la fraternidad de familias, los talleres de vida para mujeres, los retiros espirituales, etc.

Ha sido su voz la que nos ha llevado a alargar nuestra liturgia monástica hasta la liturgia de la vida en la que el pan se parte y se reparte con aquellos que tienen hambre: así han nacido los encuentros de la misericordia en los que compartimos el alimento del cuerpo y del alma con los más necesitados y tejemos con ellos una relación de verdadera humanidad en la que ambos, ellos y nosotras, vamos reconociendo nuestra común dignidad de hijos de Dios.

Y ha sido también el Espíritu el que se ha colado por las brechas de las heridas de nuestra historia para hacer de ellas una puerta de sanación para muchos que también están heridos. La tienda es cada vez más ancha porque se llena de los gozos y del dolor de los hombres y las mujeres de hoy y, a pesar de nuestras torpezas y nuestro afán incorregible de protagonismo, Él se las arregla para que sean sus espacios los que se abren, y no los nuestros. No hay más estrategias que la escucha que se vuelve diálogo comunitario y social, y acepta el límite humano y la lentitud del tiempo. 

“Ensanchar es acoger la vida que se derrama en nosotras a través de las personas que se acercan al monasterio [de la Encarnación en Lima, Perú] con sinceros anhelos de Dios y de humanidad”: Hna. Begoña Costillo

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Hna. María Elena Méndez Ochoa, Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo. (Foto: GSR)

Hna. María Elena Méndez Ochoa, Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo. (Foto: GSR)

María Elena Méndez Ochoa nació en La Joya, Michoacán, México. Ingresó en la congregación de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo en 1984. Al terminar su formación en 1993 fue enviada a servir a los Estados Unidos. Desde su llegada, la hermana ha prestado servicio en parroquias con la comunidad hispana en Florida, Colorado y Pensilvania. En Mississippi sirvió a nivel diocesano en el Ministerio Hispano en la Diócesis de Jackson. En Alabama fue directora de Catholic Social Services de West Alabama, y actualmente presta su servicio como provincial de su comunidad en Estados Unidos y República Dominicana.
Tiene una maestría en Teología y Ministerios del Boston College, y actualmente está cursando una maestría en Estudios Integrativos en la Universidad Saint Mary's de Minnesota. 

Al principio de nuestra historia, las hermanas fundadoras compartían la vida con las trabajadoras de fábricas, familias en parroquias y niños y niñas en escuelas y catequesis.

Años más tarde, participaban en misiones a parroquias y rancherías con inmensa alegría, quedándose a dormir y compartir los alimentos con diversas familias para conocer mejor su realidad.

Durante estas misiones, jugaban con niños y jóvenes para prepararlos antes de la catequesis y buscaban que los adultos descansaran del arduo trabajo diario. También enseñaban artes manuales a las mujeres cuando era posible. Al concluir las misiones las personas se despedían con lágrimas debido a los lazos afectivos que habían creado.

En estas misiones las hermanas mostraban audacia, creatividad y habilidad para organizar fiestas patronales, procesiones, rosarios y otras celebraciones comunitarias. A lo largo de los años enfrentaron retos sin miedo; caminando grandes distancias a pie, en burro, a caballo, y más tarde en carro, camión, moto, barco, helicóptero o avión, según requiriera la misión. 

La  Hna. María Josefa García, MGSpS, en una visita al campo con los trabajadores temporales en Mississipi como parte del Ministerio Hispano diocesano de la diócesis de Jackson, MS, Estados Unidos. (Foto: cortesía María Elena Méndez Ochoa)

La  Hna. María Josefa García, MGSpS, en una visita al campo con los trabajadores temporales en Mississipi como parte del Ministerio Hispano diocesano de la diócesis de Jackson, MS, Estados Unidos. (Foto: cortesía María Elena Méndez Ochoa) 

Nuestras misiones nos han llevado a cruzar las fronteras de México hacia Estados Unidos en el Campo, Texas, (1948); Puerto Rico (1961) y Miami, Florida (1964). A partir de nuestra llegada, hemos abierto espacios para compartir incansablemente la vida con personas de distintas culturas, como puertorriqueños, cubanos, mexicanos, nicaragüenses, guatemaltecos, colombianos, salvadoreños, haitianos, italianos, irlandeses, afroamericanos, nativos americanos, eurodescendientes y muchos más. 

En la Florida hemos acogido a los exiliados cubanos que llegaron a Miami durante el éxodo del Mariel. [Hemos] acompañamos a campesinos migrantes que sembraban y cosechaban los productos del campo bajo el sol abrasador en Homestead y a los trabajadores de la zafra (corte de caña de azúcar) en Belle Glade. En Mississippi, acompañamos, a los trabajadores guatemaltecos y mexicanos afectados por la redada de emigración masiva en las pollerías y durante la pandemia del COVID-19, creando con ellos espacios de comunidad, escucha y sanación.

A lo largo de los años, nuestras formas de crear espacios para las personas en la misión han cambiado un poco en forma y lugar, pero no en su esencia. Continuamos caminando y acompañando a las familias desde nuestro carisma sacerdotal guadalupano en parroquias, diócesis, servicios sociales, y entre migrantes, campesinos, nativos americanos, niños y ancianos a ejemplo de Jesús y Santa María de Guadalupe. 

"En estas misiones las hermanas mostraban audacia, creatividad y habilidad para organizar fiestas patronales, procesiones, rosarios y otras celebraciones comunitarias": Hna. María E. Méndez O. 

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Hna. Marisol Fernández Reveles, Fraternidad Misionera Verbum Dei. (Foto: GSR)

Hna. Marisol Fernández Reveles, Fraternidad Misionera Verbum Dei. (Foto: GSR)

Marisol Fernández Reveles es originaria de México y pertenece a la Fraternidad Misionera Verbum Dei. Conoció a su comunidad en Monterrey en diciembre del 2006. y su primer destino de misión fue Guatemala, en Centroamérica. La hermana estudió Filosofía en Guadalajara; Teología en Loeches, Madrid, y maestría en Teología de la Comunicación en Monterrey. Su destino actual de misión es San Francisco, California, Estados Unidos. 

La oración y la misión son prácticas de mi comunidad que crean espacio para los demás. Son dos movimientos simultáneos que nacen desde dentro. Es increíble experimentar y ver cómo estas prácticas generan espacio para los demás, disipan la indiferencia, nos sacan de nuestro egoísmo e individualismo, generan solidaridad y renuevan las relaciones familiares y sociales, creando una nueva manera de ser y estar con los demás. Dentro de nuestra Familia Misionera Verbum Dei, cada persona va encontrando su espacio, su lugar, su misión, según la etapa, edad o estado de vida en que se encuentre.  

Lo anterior lo viví cuando conocí a las primeras misioneras en Monterrey, México y me enseñaron a orar, a escuchar a Dios a través de su Palabra. En esta práctica de oración, mi mundo crecía cuando incluía rostros, personas, o situaciones. Recuerdo que a una de las primeras personas que incluí en mi oración fue a mi papá. Entendí que Jesús me invitaba a hablarle del gran amor de Dios Padre por su vida, ya que mi papá no tuvo la oportunidad de conocer a su padre biológico, quien falleció dos meses antes de que mi papá naciera.  Así fue como surgió mi primer anuncio, hablando del gran amor de Dios Padre por cada persona, lo que nos hace experimentar que somos hijos muy amados, generando desde aquí, nuevos lazos de fraternidad con los de cerca y con los de lejos.  

"Lo que somos, hacemos y tenemos son espacios para los demás": Hna. Marisol Fernández. (Foto: Freepik)

"Lo que somos, hacemos y tenemos son espacios para los demás": Hna. Marisol Fernández. (Foto: Freepik)

Considero que nuestra vida misionera es un espacio para los demás, ya que nuestra oración o vida contemplativa está llena de rostros.  Como dice este himno: “No vengo a la soledad cuando vengo a la oración, pues sé que estando contigo, con mis hermanos, estoy y digo siempre 'nosotros', incluso si digo yo”.

Mi última experiencia en San Francisco, California, está impregnada de muchas realidades sociales y culturales en las que geográficamente estamos inmersas y con las que  nos encontramos en el diario vivir. Estas situaciones hacen viva nuestra oración y creativa nuestra misión, ensanchando nuestra mente, corazón y fuerzas, siendo y haciendo espacio para los demás. Recientemente, en un convivio [una celebración] de fin de curso en mi clase de inglés, cuatro compañeras de Rusia nos presentaron un canto de su país, durante el cual una de ellas no pudo contener sus lágrimas. Esta experiencia nos sensibilizó a todos, creando un silencio  en el que surgieron detalles espontáneos que rompieron distancias y credos. En una mezcla de colores y culturas, surgió la solidaridad. Después de un abrazo, les ofrecí nuestra casa y  nuestros espacios, acogiéndolos con alegría.  Aquí comprendí que lo que somos, hacemos y tenemos son espacio para los demás.   

“Muchas realidades sociales y culturales (…) hacen viva nuestra oración y creativa nuestra misión, ensanchando nuestra mente, corazón y fuerzas, siendo y haciendo espacio para los demás”: Hna. Marisol Fernández Reveles

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Hna. Susana Noemí Vanni, Hermanas de la Virgen Niña. (Foto: GSR)

Hna. Susana Noemí Vanni, Hermanas de la Virgen Niña. (Foto: GSR)

Susana Noemí Vanni pertenece a la Congregación de las Hermanas de la Virgen Niña (oficialmente, Hermanas de Caridad de las Santas Bartolomea Capitanio y Vicenta Gerosa). Estudió Ciencias Jurídicas y Contables en la provincia de Buenos Aires, Argentina, y desde hace 25 años se desempeña en estas áreas en su congregación.  Actualmente colabora en el área de comunicación. La religiosa realizó la formación en el Proyecto Pentecostés del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano en 2023. Vanni se desempeñó como secretaria adjunta en la Confru (Conferencia de Religiosas/os del Uruguay), y en Radio María Uruguay acompañó un programa semanal durante 5 años.

Recuerdo una experiencia que jamás olvidaré, no por ser la primera en el conocimiento de las Hermanas de la Virgen Niña como comunidad, sino por el sello que dejó grabado en mí.  Me encontraba en una etapa avanzada del proceso de discernimiento vocacional y al acercarme a la casa de las hermanas me llenó el corazón de alegría encontrarme con una casa de puertas abiertas para las hermanas y hermanos que se acercaran. Encontrar esa casa fue como un soplo de aire fresco en mi experiencia joven que aún hoy resuena interiormente.

Luego, al pasar los años, ya como parte de esta familia religiosa percibí que este 'ser casa de puertas abiertas' es una tradición y un estilo de vida. Es una forma de vivir nuestra consagración religiosa y nuestro servicio de caridad, siendo una 'casa bendita de caridad'. Este legado lo recibimos como herencia de nuestras hermanas que nos precedieron y somos invitadas a seguir custodiando. Es la certeza de que el carisma es un don para toda la Iglesia y no solo para nosotras, que fuimos llamadas a vivir una vida fraterna en comunidad.  

Personal del servicio de caridad en la educación formal y no formal durante el encuentro de los equipos de gestión de la familia religiosa de la Virgen Niña, en mayo de 2024, en San Miguel, provincia de Buenos Aires, Argentina. (Foto: Cecilia Sander)

Personal del servicio de caridad en la educación formal y no formal durante el encuentro de los equipos de gestión de la familia religiosa de la Virgen Niña, en mayo de 2024, en San Miguel, provincia de Buenos Aires, Argentina. (Foto: Cecilia Sander)

Los espacios de compartir el carisma con los laicos, en nuestras obras y otros servicios apostólicos, son una gran riqueza. Cada vez se van sumando más y más hermanas y hermanos llamados a vivir esta pasión por la caridad y esta espiritualidad. Todos nos sentimos invitados a “acoger la Gracia y la riqueza de la fraternidad espiritual que nos ayuda a crecer en fidelidad y complementariedad con otras vocaciones…” (XVI Capítulo Provincial, Provincia de Argentina, 2017).

Como en toda casa, hay celebraciones que convocan anualmente a esta gran familia de laicas, laicos y hermanas, ampliando las paredes de la casa para seguir creciendo. La fiesta de nuestras santas Bartolomea Capitanio y Vicenta Gerosa nos reúne en comunidad en torno a Jesús, en oración, en servicio de caridad, en anuncio de la fe recibida y compartida, en alegría, en familia y en fiesta.

Otra de las celebraciones que crean espacio para hermanas y hermanos es la fiesta de la Virgen Niña, cada 8 de septiembre, quien “por providencial designio nos acompaña desde los orígenes del instituto”. Ella nos invita a la pequeñez evangélica, a poner al centro de nuestra vida y nuestras comunidades el cuidado de la vida en todas las dimensiones, y a una opción concreta por las infancias, protegiendo sus derechos vulnerados.

Nuestro XXVIII Capítulo General del 2023 nos recuerda: “La comunidad es casa si crea aquella atmósfera en la que cada uno puede expresarse y vivir el amor por todos…”. 

Hna. Vuelo en V, misionera en Nicaragua que mantiene su identidad anónima por seguridad personal. (Foto: GSR)

Hna. Vuelo en V, misionera en Nicaragua que mantiene su identidad anónima por seguridad personal. (Foto: GSR)

Vuelo en V es una mujer religiosa, misionera y enfermera que vive en una comunidad de Nicaragua y acompaña a grupos de mujeres y jóvenes en su desarrollo humano y espiritual. Ella utiliza un seudónimo para proteger su identidad.

Vivir insertas como comunidad religiosa en una zona roja (nivel alto de violencia) y marginal de una ciudad es estar constantemente rodeada de situaciones difíciles y de historias de dolor que marcan la vida en todo su sentido. La realidad a la que nos enfrentamos cada día nos conduce a vivir despiertas y en constante discernimiento sobre qué hacer y cómo relacionarnos con las personas con las que compartimos la vida y la misión.

Una de las principales prácticas es ser comunidad tanto entre nosotras como con las personas, sin importar religión, creencias, cosmovisión, ideología o estatus social. Nuestro sentir, pensar y actuar está marcado por ser mujeres humanas, cercanas y acogedoras; que las personas puedan contar con nosotras y juntas ir creando y recreando una comunidad de iguales.

Cada día tratamos de tejer relaciones humanas sanas, auténticas y en libertad, sintiéndonos compañeras de camino y en constante aprendizaje. El sentirnos amadas, convocadas y enviadas por Jesús a compartir nuestra vida entre los más empobrecidos nos sitúa en el constante desafío de ejercitar la humildad y afinar los sentidos para saber escuchar con empatía los clamores y necesidades de las familias, en especial de las mujeres víctimas de violencia; queremos acogerlas de corazón, comprender su realidad, y juntas buscar posibles soluciones

"Despiértanos Señor para que todos podamos sanar heridas y reconstruirnos como nación": Hna. Vuelo en V. (Foto: Vuelo en V)

"Despiértanos Señor para que todos podamos sanar heridas y reconstruirnos como nación": Hna. Vuelo en V. (Foto: Vuelo en V)

Vivir con los pies en la tierra, acercándonos a cada familia y su realidad con respeto y prudencia, permite que cada uno sea el y la protagonista de su propia historia, proceso de liberación, sanación y empoderamiento.

Acoger a cada persona desde su ser único, sin juzgar ni condenar, nos permite acercarnos sin prejuicios. Somos conscientes de que el entorno hostil y violento en el que muchas familias han crecido ya ha causado un fuerte impacto en su vida; por eso, como comunidad de hermanas procuramos ofrecerles espacios alternativos, de formación, terapia, acompañamiento, promoción de salud integral y apoyo psicoespiritual. Queremos que puedan aprender a releer su historia; y por más difícil que esta sea, que siempre puedan encontrar una nueva oportunidad y aprendizaje.

Al compartir juntos y juntas la fe desde pequeños espacios de comunidades de vida, desde la lectura orante de las Sagradas Escrituras aplicada a la vida real, percibimos a un Dios Padre/Madre que no abandona, y acompaña el caminar de su pueblo. Él sigue presente y actúa aun en las situaciones más complejas y difíciles del acontecer cotidiano.

Ser una comunidad de hermanas, donde podemos ser nosotras mismas, mujeres alegres y esperanzadoras, nos sitúa entre nuestros hermanos y hermanas con normalidad, permitiendo que cada uno de ellos y ellas puedan acercarse y compartir con confianza sus realidades.