Dos hermanas descubren un don único en lo más profundo de su sufrimiento

Dos religiosas conversan sentadas y apoyadas en una mesa marrón en el salón blanco de visitas del Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, en Pensilvania.

La hermana Margaret Lewis (†), a la derecha,  conversa con la hermana Mary Graig en el salón de conferencias del Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, en Pensilvania. 

Elizabeth Eisenstadt Evans

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Traducido por Helga Leija

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Nota del editor: La disminución del número de religiosas católicas en Estados Unidos no sorprenderá a los lectores de GSR, pero cada pérdida es significativa en sí misma. En la parte 1 de 'Una buena muerte', una serie en dos entregas, preguntamos a las hermanas cómo afrontan sus comunidades la muerte de un miembro. Hoy presentamos el perfil de dos hermanas que abordan la posibilidad de la muerte como una realidad cotidiana. Actualización: Al momento de republicar en español este reportaje, una de las hermanas, Margaret Lewis, ya ha fallecido. 

La hermana Margaret Lewis, a quien diagnosticaron cáncer por primera vez hace casi 25 años, asevera que no puede tomar nada más fuerte que Tylenol [paracetamol] para el dolor debido a sus alergias. Con una presencia impresionante a sus 90 años, la religiosa de las Hermanas de San Francisco de Filadelfia recomienda a otros enfermos de cáncer el que considera es el mejor remedio contra el dolor: no sentir lástima de uno mismo.

Esa actitud, y las plegarias religiosas de las mujeres que la rodeaban [son sus consejos para soportar el dolor] calman su sufrimiento, sostuvo en una conversación en el Convento de uestra Señora de los Ángeles en Aston, Pensilvania, Estados Unidos, donde reside ahora tras décadas de recorrer la región del Atlántico Medio [costa este EE. UU. que tradicionalmente incluye los estados de Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Delaware, Maryland, y Virginia, así como Washington D. C. A veces, también se incluyen partes de Virginia Occidental], cuando su comunidad la necesitaba. 

Sin dejarse intimidar por el dolor crónico que acompaña a su enfermedad, Lewis pasa tres días a la semana trabajando en el edificio de al lado, en la Universidad Neumann, fundada por las hermanas. Allí es recepcionista en el despacho del rector y voluntaria en el Departamento de Promoción Institucional.

"Lo bonito para mí es estar siempre rodeada de hermanas, que son personas de oración. Cuando me dicen: 'Rezo por ti', sé que lo hacen, y sé que puedo avanzar los siguientes pasos. Es ese apoyo lo que sientes", expresa.

Margaret Lewis (†) y Mary Craig, Hermanas de San Francisco de Filadelfia, padecen cáncer. Ambas tomaron fuerzas de la oración de su comunidad y del servicio que todavía entregan, asumiendo el sufrimiento como un don transformador. 

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Sentada al lado de Lewis, en la mesa de conferencias marrón del salón de visitas, su colega más joven, la hermana Mary Craig, intervino. Mary Beth Antonelli, directora de servicios pastorales de la orden y amiga de Craig, también estaba presente.

"Sientes que te arropan con la oración", afirma Craig, de 56 años, a quien le diagnosticaron un cáncer de mama inflamatorio a los 44. "Es un gran apoyo saber que no estás sola", apunta.

Al igual que Lewis, Craig encuentra fortaleza en su comunidad y en el servicio a los demás. "Ser partícipe de lo que Dios está haciendo con la gente en algún lugar es algo que me llena de vida", afirma.

Craig, quien ha enseñado tanto en primaria como en secundaria, trabajaba en el instituto Little Flower de Filadelfia cuando en 2006 se enteró de que estaba enferma.

Con el tiempo, las rondas de quimioterapia terminaron por hacer mella en ella, y tuvo que dejar su puesto. Además de directora espiritual, también ha sido maestra de novicias del equipo de formación de la orden. Actualmente está escribiendo una tesis para obtener un doctorado en Teología, y espera poder enseñar a estudiantes universitarios.

Lewis, quien obtuvo buenas calificaciones en los exámenes como aspirante a médico en una época en que la orden no formaba profesionales en esta área que ejercieran, puso en cambio su talento al servicio de otros aspectos relacionados con la atención sanitaria. Eso incluyó abrir una escuela para tecnólogos médicos, trabajar en la administración de un hospital y poner en marcha otro programa de licenciatura en Neumann. Durante el proceso, obtuvo un doctorado y tuvo que viajar entre Maryland, Nueva Jersey y Delaware, a veces regresando a su punto de partida.

Ya sea enfrentándose a amenazas racistas o sentándose junto a la cama de un paciente moribundo, pocas cosas parecían intimidar a Lewis.

Cuando aceptó a estudiantes negros en la escuela de tecnología médica de Wilmington, recibió amenazas por ello, según recuerda. "No los acepté porque fueran afroamericanos, acepté a personas que estuvieran cualificadas. Eran el tipo de profesionales que necesitaba", asevera.

"Lo bonito para mí es estar siempre rodeada de hermanas, que son personas de oración. Cuando me dicen: 'Rezo por ti', sé que lo hacen, y sé que puedo avanzar los siguientes pasos. Es ese apoyo lo que sientes": Hna. Margaret Lewis (†)

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Y cuando tuvo su primer episodio de cáncer en Nueva Jersey, no dejó que este se interpusiera en su camino: se trasladó a Baltimore para ayudar a abrir un instituto oncológico en un hospital local y trabajó como voluntaria con pacientes que luchaban contra la misma enfermedad. "Me llamaban del centro de cuidados paliativos y acudí a ellos habitualmente durante años. Querían que estuvieras allí cuando una persona moría", relata.

El personal también la envió a hablar con pacientes de cáncer. "Entendía por lo que estaba pasando esa persona", cuenta y agrega que cuando una paciente le aseguró que era imposible que lo entendiera, ella le contestó: "Toma mi mano. Creo que sí [entiendo]".  "Me daba igual quiénes fueran. Yo estaba allí para ayudarles a superarlo", apunta.

El método curativo de Craig ha incluido rondas de quimioterapia y tratamientos hormonales, cada uno con una fecha de caducidad virtual. "Era evidente que el cáncer iba a reaparecer. La cuestión era dónde y cuándo. Siempre aprecié la honestidad de los médicos. Siempre fueron muy directos [diciendo]: 'Esto no va a desaparecer. Tienes que encontrar la manera de vivir con esto'", manifesta.

Vivir con eso supuso que le pusieran una barra en la columna en el 2014 para tratar los tumores cancerosos allí, y tres tratamientos de quimioterapia diferentes desde entonces. Aunque el tratamiento actual parece funcionar, es difícil no poder trabajar a tiempo completo, afirma.

Mientras Craig y Lewis comparten sus historias, no dejan de mirarse. Tal vez sea una señal de solidaridad entre dos mujeres que, separadas por una generación, comparten la experiencia vital de una enfermedad que amenaza con volverse mortal.

"Sientes que te arropan con la oración. Es un gran apoyo saber que no estás sola [cuando tienes cáncer]. Ser partícipe de lo que Dios está haciendo con la gente en algún lugar es algo que me llena de vida": Hna. Mary Graig

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En la época en la que a Craig le notificaron por primera vez que tenía cáncer, la tasa de mortalidad del cáncer inflamatorio de mama era de cinco a siete años, recuerda. Aunque no le gustaba el grupo de apoyo al que asistía, se apuntó en uno experimental que combinaba conciencia plena  (mindfulness) —método muy cercano a la práctica contemplativa en la que ya estaba inmersa— con arteterapia, cuenta.

El momento más emotivo que vivió fue cuando sentada en el grupo de pacientes con cáncer, lo nombró y creó un dibujo que encarnaba el dolor que causaba. "Cada uno tenía un color diferente para el dolor", explica y recouerda las lágrimas derramadas en torno a la mesa de trabajo artístico. "Teníamos que dar un título a nuestras piezas, pero había muy pocas palabras. Mantuvimos la atmósfera curativa", agrega. De repente, se dio cuenta de que si se aferraba a su nueva perspectiva, podría ver incluso el cáncer como un regalo.

Con ese espíritu, antes de tomar su pastilla de quimioterapia, pronuncia una palabra de gracia: "Bendíceme, Señor, por este don que voy a recibir para tu beneficio".

Cuando le recomendaron que tenía que luchar contra el cáncer, Craig —quien dice no ser combativa por naturaleza— tembló por dentro. En lugar de la recomendación, decidió probar algo diferente.

Ha puesto en su habitación, donde puede verla, una silla de juguete que encontró en una tienda. "Aquí es donde se sienta el cáncer", asegura Craig, quien trajo la pequeña silla a nuestra reunión. Por lo general, el cáncer es tranquilo, expresa y agrega: "Pero a veces hay algo que necesita decirme".

Por su parte Lewis se levanta insegura diariamente sobre cómo le va a ir durante el transcurso del día, y aunque ella es planificadora, ha llegado a la fase en la que [concluye que] debe vivir el día a día. "Tuve que decir: 'No puedes preocuparte por el mañana. Cuando llegue mañana, será hoy'", afirmó.

Ambas mujeres atribuyen a sus padres el mérito de haberlas rodeado de un amor y una fortaleza que aún les permiten afrontar los retos de vivir con enfermedades y dolores crónicos.

Aunque todas las generaciones anteriores de la familia de Lewis murieron de cáncer antes de cumplir los 70, su padre le enseñó a aceptar el sufrimiento como un regalo, afirma. "Debes subir al calvario", le aconsejó.

Sus padres, ya fallecidos, fueron su mayor fortaleza y sus mejores amigos, afirma Craig. Su padre la ayudaba con cosas prácticas, como darle bolsas llenas de col rizada cuando se enteró de que el vegetal podía ser útil para combatir el cáncer.

Al encontrar sentido y propósito, incluso durante su enfermedad, Craig y Lewis se han convertido en auténticos dones para los demás, aseguró Mary Beth Antonelli, la directora de servicios pastorales de las Hermanas de San Francisco de Filadelfia. "Las describiría como mujeres espirituales con un profundo sentido de Dios en sus vidas y en su camino. Son mujeres de fe profunda", expresa.

Graig y Lewis tienen mucha fuerza interior, pero Antonelli refiere que lo más importante que ha visto en ambas es "su sentido de que Dios está con ellas en su enfermedad".

Cuando se le preguntó si ella también creía que el sufrimiento era un don, tema que surgió repetidamente en la conversación en el locutorio del convento, respondió: "Creo que aprendemos del sufrimiento. El concepto general del misterio pascual es que de él surge una vida nueva. Puede que no lo sintamos como un regalo, pero nos transforma, nos lleva a profundizar en nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás. No hay Domingo de Resurrección sin Viernes Santo. Eso te da una sensación de esperanza".

Cuando Antonelli escucha a Graig y a Lewis hablar de la fe en medio del sufrimiento, siente que está "en tierra sagrada".

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 6 de junio de 2019. 

This story appears in the A Good Death feature series. View the full series.