Hombres de la comunidad maya en Birmingham, Alabama, acompañan a la Hna. Gabriela Ramírez de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo. (Foto: cortesía de Gabriela Ramírez)
La Hna. Gabriela Ramírez es una Misionera Guadalupana del Espíritu Santo nacida en la capital del estado de San Luis Potosí, en el centro de México. Desde hace casi dos décadas ha trabajado con migrantes hispanos en los Estados Unidos, y actualmente es directora de Servicios de Emergencia y Ayuda en Casos de Catástrofe en la Diócesis de Birmingham, Alabama, y supervisora de siete agencias diocesanas de servicios sociales, entre ellas La Casita-Servicios Multiculturales Guadalupanos.
Además de sus tareas pastorales establecidas, durante los últimos 19 años Ramírez ha tenido un especial apostolado personal con las comunidades indígenas mayas que provienen de San Sebastián de Huehuetenango, Guatemala, y que se han establecido en Alabama.
Tras emigrar por la falta de oportunidades y la pobreza de su país, estas comunidades se han establecido en distintas partes de Estados Unidos preservando sus características particulares, sus tradiciones y su fe, aun frente a las dificultades, los abusos y la discriminación.
La Hna. Gabriela Ramírez, de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo, presta ayuda a las víctimas de las inundaciones de octubre de 2021 en Pelham, Alabama. (Foto: cortesía de Gabriela Ramírez)
Ramírez cree que por eso este ministerio es tan especial: los mayas le han abierto las puertas del corazón para que sea verdaderamente parte de su comunidad familiar.
GSR: ¿Cómo conoció a las comunidades mayas de Estados Unidos?
Ramírez: Conocí algo de los mayas y su cultura antes de llegar aquí, pues estuve seis meses en Guatemala. Sin embargo, mi contacto con ellos aquí se dio hace 19 años, cuando trabajaba en el Ministerio para Hispanos en Mississippi. Allí conocí a un líder de comunidad que me invitó a una de sus celebraciones. Me encantó y seguí asistiendo. Así lo hice durante siete años. En 2010 vine a Alabama y, providencialmente, los volví a encontrar.
¿Cómo son las comunidades mayas de Alabama?
Yo conozco dos comunidades, la de San Francisco de Asís y la de San Sebastián Mártir, y las dos están en Albertville, Alabama. Cada una tiene su propia capilla construida por sus propias manos. Son comunidades preciosas, muy unidas, con mucho amor, respeto y fe.
También son comunidades muy bien organizadas; cada una tiene su líder de comunidad, sus catequistas, su equipo de liturgia, etc. Son hombres y mujeres que saben dialogar y llegar a acuerdos. Son personas orgullosas de sus raíces y de su cultura. Son comunidades que viven con sencillez, que valoran y respetan la naturaleza y que agradecen a Dios por lo que tienen. Congregándose en la capilla, los mayas reafirman su sentido de pertenencia y hacen suyos los espacios con su música, sus comidas, sus vestimentas, su modo de vida.
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¿Son comunidades marginadas?
Desafortunadamente, sí. Llegan aquí hablando su propia lengua —el maya—; es decir, sin saber inglés y algunos sin saber español. Esto genera que sean discriminados, incluso por los mismos hispanos. A veces, la discriminación se da a causa de su apariencia indígena. Sin embargo, ellos ven con orgullo su propia cultura.
¿De qué viven las familias?
Los mayas llegan aquí buscando trabajar. La gran mayoría hace trabajo manual en las industrias de alimentos. Ellos hacen el proceso para que nosotros podamos comprar y comer pollo. Es un trabajo muy pesado, de día y noche. Algunos terminan lastimados, sin uñas, e incluso han enfermado de artritis. Son comunidades explotadas laboralmente.
Mujeres de la comunidad maya en Birmingham, Alabama, acompañan a la Hna. Gabriela Ramírez de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo. (Foto: cortesía de Gabriela Ramírez)
¿Cómo viven su fe?
Los mayas tienen una fe preciosa y auténtica. Saben orar y se sienten parte de una comunidad [espiritual]. Por ejemplo, la liturgia para ellos es muy especial. Así, aunque cada mes viene un sacerdote a celebrar misa, cada domingo tienen la celebración de la palabra en lengua maya, presidida por el líder de la comunidad. Alguna vez yo he presidido. Son momentos hermosos en los que se puede ver su fe en gestos y acciones. Así se ve en el modo en que las mujeres inciensan durante la liturgia o, también, en las peticiones, en donde cada uno pide a Dios en voz alta. Los mayas saben que Dios les escucha. Saben que pueden participar porque están en familia. Además, tienen un amor especial por la Virgen de Guadalupe, a quien ven como a una de los suyos.
Usted tiene años siendo cercana a los mayas, ¿cómo es su relación con ellos?
Ellos son personas que dan mucho valor al corazón. Son personas de corazón bueno y saben cuándo alguien más es bueno. Yo he ido entrando en la comunidad, conociendo, haciendo amigos, y hoy son mi familia.
Creo que para ellos es igual pues me han permitido portar sus vestimentas. Puedo vestir junto con ellos. Es señal de que soy parte de la comunidad. Esto me hace inmensamente feliz. Incluso mi propio hermano me dice que soy chapina [nativa de Guatemala].
¿Descubre a Dios en este apostolado?
Definitivamente, sí. Cuando estoy con ellos veo realizado aquello que Jesús dice en el Evangelio: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, aunque has ocultado estas cosas a los sabios y a los entendidos, las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25).
Es preciso conocer la sencillez de los mayas y la profundidad que tienen para descubrir a Dios. Ellos lo hacen, y yo lo hago con ellos. Con los mayas he confirmado por mí misma que Dios está presente y habla en lo sencillo, en el pobre, en la propia identidad, en el amor a la creación. Al convivir con ellos me lleno de vida, pues sé que el Espíritu Santo está ahí, soplando.
En esto encuentro a Dios vivo, misericordioso y cercano.
¿Qué es lo que la Iglesia católica podría ofrecer a las comunidades mayas?
Lo primero sería valorar la riqueza y el aporte cultural, espiritual y familiar que ellos traen a la comunidad eclesial. Es necesario promoverlos y reconocerlos para que ellos se sientan parte de la Iglesia. Por ejemplo, donde sea necesario, en la liturgia, se puede integrar más de la cultura maya, su lengua, su modo de celebrar.
También podemos ofrecer visibilidad y voz para que se defiendan sus derechos, a la vez que trabajar para generar oportunidades para que ellos se sientan protagonistas de su propio destino.
Nosotros, como Iglesia, no podemos descuidar la oportunidad de enriquecernos con la presencia de Dios en estas personas sencillas y culturalmente diversas. Esta es una oportunidad para la sinodalidad, es decir, para que haciendo camino juntos, podamos encontrar al Dios vivo.
Nota del editor: Esta entrevista fue publicada originalmente en inglés el 15 de noviembre de 2022.