Religiosas ayudan a los indígenas de Brasil con los derechos a la tierra, la identidad y la supervivencia

Vista aérea, en medio de la selva, de las viviendas de un grupo indígena aislado.

El Consejo  Indigenista Misionero de los obispos brasileños teme que al menos cinco grupos indígenas aislados, similares a este, estén en riesgo inminente de ser exterminados en la selva amazónica. (Foto: CNS photo/Gleilson Miranda, cortesía de la FUNAI)
 

Traducido por Helga Leija

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En 1997, el Gobierno brasileño concedió a la tribu karipuna más de 377 890 acres [152 999 hectáreas] de sus tierras ancestrales en la región amazónica para crear la Reserva Jacy Paraná. La tierra, de una superficie mayor que la ciudad de Los Ángeles, iba a ser su refugio seguro para cultivar alimentos, cazar y pescar como lo habían hecho sus familias durante cientos de años.

Sin embargo, su pacífica forma de vida no duró mucho.

En 2015, ganaderos, agricultores y barones de la madera comenzaron a invadir las tierras de los karipuna a diario, trayendo consigo enfermedades que acababan con los indígenas por docenas. Según el Consejo Indigenista Misionero (CIMI), un fiscal afirmó en 2017 que la situación del pueblo karipuna era “una de genocidio inminente”.

Al verse acorralados por todas partes y tener que luchar contra los invasores que intentaban vender parte de su reserva, los karipuna pidieron ayuda al CIMI, entidad vinculada a la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, que trabaja con los indígenas de todo el país para mejorar sus condiciones de vida y conseguir la demarcación de sus tierras.

Hermana Laura Vicuña sentada junto a un miembro del pueblo Karipuna.

La Hna. Laura Vicuña, catequista franciscana, con uno de los miembros del pueblo Karipuna al que ayuda en la región amazónica. (Foto: cortesía de la Hna. Laura Vicuña) 

Al rescate de la identidad de los karipuna

La Hna. Laura Vicuña Manso vive en Pôrto Velho, en la región amazónica, junto con otras tres hermanas Catequistas Franciscanas. Las religiosas trabajan directamente con el pueblo Karipuna, junto con el CIMI.

“Estas personas fueron casi todas masacradas, y solo sobrevivieron ocho de toda su tribu”, declaró a GSR Vicuña Manso, quien añadió que los yanomami, los guarania kaiowá y los guajajara también sufrieron violencia y abusos similares a las de los karipuna. Según un informe del CIMI de 2021, las invasiones ilegales de tierras karipuna aumentaron un 44 % ese año.

Hoy en día, la población del pueblo Karipuna oscila en torno a los 60 habitantes, y las Hermanas Catequistas Franciscanas atienden a una comunidad de 30 miembros.

“Viajamos una hora en coche y después otras cinco en barco para visitarlos”, explica.

Manso, que lleva 23 años trabajando con comunidades indígenas de la región amazónica, empezó a hacerlo con el pueblo Karipuna hace siete.

La hermana dijo que le anima el optimismo de la comunidad y señaló que su “capacidad de resistencia está de hecho muy relacionada con la cuestión de la espiritualidad y la visión del mundo que tienen”; destacó además que  “la inmensa alegría que transmite hasta el día de hoy uno de los supervivientes de la masacre es una gran inspiración”.

Las poblaciones indígenas se encuentran prácticamente en todo Brasil: en lo más profundo de la selva amazónica, en las llanuras del centro-oeste y en las grandes áreas metropolitanas. Al igual que los karipuna, estas poblaciones suelen contar con la ayuda de religiosas que se dedican a mejorar la vida de estos pobladores originarios.

En favor de la salud de los yanomamis

La Hna. Mary Agnes Njeri Mwangi, Misionera de la Consolata,  llegó a Brasil desde Kenia en 2000 para trabajar con los yanomamis del estado de Roraima, también situado en la región amazónica.

Mwangi y otras tres hermanas (de Tanzania, Portugal y Mozambique) trabajan con 29 comunidades yanomami y una población de casi mil personas, una continuación del ministerio del Instituto de la Consolata para las Misiones Extranjeras a los yanomamis de Brasil que comenzó en 1965.

Ellas ayudan a formar a agentes de salud, hacen un seguimiento de las mujeres yanomami y organizan talleres sobre derechos humanos y constitucionales para los indígenas. Además de aprender portugués, también tuvieron que aprender a hablar yanomami, traduciendo materiales y enseñando en esta lengua indígena, que se parece muy poco al portugués o al español.

Las cuatro religiosas no viven cerca de una ciudad, sino en una pequeña casa de madera en el bosque. “Cazamos cerdos, pescamos, buscamos fruta y tenemos una pequeña granja donde cultivamos mandioca [yuca o guacamote] y plátanos”, explica Mwangi, quien añade que rara vez están en casa, ya que siempre están viajando para visitar aldeas.

Algunas de estas visitas requieren de cinco a nueve horas de caminata; para otras, es necesario tomar un barco. Las hermanas permanecen en estas comunidades entre una semana y un mes.

De los aproximadamente 123 000 casos de malaria registrados en Brasil en 2022, casi el 10 % se produjo en territorio yanomami. “Si las autoridades no hacen algo, estas personas podrían sufrir una verdadera extinción”, advirtió la Hna. Mary Agnes Njeri Mwangi, Misionera de la Consolata. 

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Desde que llegó al territorio yanomami, Mwangi ha estado preocupada.

“Si las autoridades no hacen algo, estas personas podrían sufrir una verdadera extinción”, afirmó y explicó que “ahora se encuentran muy frágiles” los adultos, mientras que los niños están “muy débiles”. “[Esto es]  triste”, especialmente porque la malaria “está fuera de control en esta región”, indicó.

De los aproximadamente 123 000 casos de malaria registrados en Brasil en 2022, casi el 10 % de ellos se produjeron en territorio yanomami, según los organismos sanitarios federales.

“Intentamos enseñar a los jóvenes indígenas para que enseñen a los mayores a tomar los medicamentos correctamente”, dijo, y añadió que muchos no toman los medicamentos según lo indicado.

Indígenas de los pueblos Guarani-Kaiowa. con plantones o pimpollos de plantas entregados por hermanas católicas.

Las hermanas católicas distribuyen plantones entre los miembros del pueblo Guarani-Kaiowa en Dourados, para su siembra en jardines y para el cultivo de alimentos en su territorio. (Foto cortesía de la Hna. Zelia Batista)

Derechos de propiedad

Ni siquiera los seis años que la hermana catequista franciscana Zelia Maria Batista vivió en la región amazónica la prepararon para lo que encontró en Dourados, Mato Grosso do Sul.

“El impacto para mí fue enorme”, dijo sobre su labor con el pueblo guaraní-kaiowá. “La vulnerabilidad con la que viven aquí los pueblos guaraní-kaiowá es increíble”, afirmó.

Batista manifestó que los guaraníes viven en pequeñas islas rodeadas de plantaciones de soya [soja], caña de azúcar y maíz. “Allí sobreviven y beben agua contaminada, porque los pesticidas ya han contaminado la fuente de agua que antes creían potable”, aseveró previo suspiro.

Los guaraníes luchan hoy en día por recuperar las tierras de sus antepasados, que el Gobierno brasileño reclamó tras la guerra de Paraguay de 1864-1870.

“Todo este territorio que hoy conocemos como Mato Grosso do Sul estaba habitado por los guaraníes”, indicó.

Con el fin de la guerra contra Paraguay, muchos excombatientes brasileños se quedaron en la región y ocuparon el territorio que pertenecía a los guaraníes. El Gobierno de Vargas impulsó un programa de colonización, privatizando sus tierras.

A finales de la década de 1920, se crearon ocho reservas que confinaban a toda la nación guaraní a solo una pequeña parte de sus tierras. “Así que ahora luchan por recuperar estas propiedades, que a menudo se encuentran dentro de tierras de cultivo”, dijo Batista y agregó: “Y es entonces cuando surge todo el conflicto”.

Batista ayuda a los guaraníes junto a otras cinco hermanas de dos congregaciones católicas (Catequistas Franciscanas y Siervas del Espíritu Santo) que trabajan en proyectos de sostenibilidad y huertos comunitarios.

Dos indígenas pankararu sentados en un puesto en un centro comecial junto a la hermana Lucia Gianesini.

Una de las formas que tienen los indígenas pankararu de ganar dinero es vendiendo sus artesanías en los centros comerciales de la ciudad de São Paulo. (Foto: cortesía de la Hna. Lucia Gianesini)
 

Por el reconocimiento de los indígenas en la ciudad

La catequista franciscana Sor Lucia Gianesini trabaja con los pueblos indígenas del estado de São Paulo en un contexto totalmente diferente: el de una gran metrópolis.

“Los pueblos indígenas de las zonas urbanas no están siendo reconocidos”, dijo la hermana Gianesini, que también es vicepresidenta nacional del CIMI. En São Paulo, las hermanas catequistas franciscanas trabajan con 10 o 12 etnias, entre ellas los pankararu, pankarare, fulni-ô y kariri xokó.

“Cuando los indígenas abandonan sus aldeas, no vienen a la ciudad porque quieren”, afirma Gianesini. "Vienen en busca de mejores condiciones de vida. Vienen porque en su territorio no hay atención sanitaria y a menudo la educación es deficiente”, sostuvo.

Aunque en el estado de São Paulo viven más de 41 000 indígenas, “la jungla de asfalto que es la ciudad de São Paulo está acabando con la identidad de los indígenas”, quienes pierden visibilidad con el paso del tiempo, se lamentó.

Gianesini dijo que miembros de la tribu Pankararu ayudaron a construir la residencia del gobernador y un estadio de fútbol en uno de los barrios más ricos de São Paulo, Morumbi, en las décadas de 1950, 1960 y 1970.

Ahora, la tribu vive en una comunidad de 180 familias al lado del estadio, en la zona del Real Parque, donde se encuentran algunas de las muchas favelas de la ciudad, “en las afueras de las zonas alejadas de São Paulo, en condiciones insalubres”, dijo. 

Una niña de los pueblos Guarani-Kaiowa con un penacho colorido y con el rostro pintado.

Niños como Geny, del pueblo Guarani Kaiowa, son ayudados por la Hna. Zelia Batista, catequista franciscana, en el territorio Laranjeira Nhanderu en Dourados. (Foto: cortesía de la Hna. Zelia Batista)
 

“La jungla de asfalto que es la ciudad de São Paulo está acabando con la identidad de los indígenas”, quienes pierden visibilidad con el paso del tiempo: Sor Lucia Gianesini, de las Hermanas Catequistas Franciscanas.

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Los datos del Ministerio de Educación muestran que muchas escuelas indígenas no tienen agua filtrada, carecen de electricidad y no cuentan con sistemas de alcantarillado.

Las hermanas trabajan con indígenas en varios segmentos, como la educación, la sanidad y los derechos sobre la tierra.

“Muchos ni siquiera saben que somos religiosas”, asevera Gianesini, quien luego de reírse añade: “Solo saben que es muy bueno cuando les visitamos”.

Pero si estas hermanas dan mucho a las poblaciones indígenas a las que ayudan, también reciben mucho de estos pueblos.

“El pueblo guaraní kaiowá ofrece a la humanidad una espiritualidad especial sobre el cuidado", dijo Batista. "Fueron criados para admirar y cuidar la naturaleza, y no verla como un objeto, sino como un hermano, una hermana que necesita cuidados”, agregó.