La vida cristiana no es de normas o cumplimientos; es de relación, de amistad, de amor

Comentario al Evangelio del 6.° domingo de Pascua

"La amistad lleva a la comunión de vida, de intereses, de objetivos. Es una obediencia no en el sentido de obligación sino de identificación con el amigo": Consuelo Vélez, teóloga laica de Institución Teresiana, (Foto: cortesía Religión Digital/ Freepik)

"La amistad lleva a la comunión de vida, de intereses, de objetivos. Es una obediencia no en el sentido de obligación sino de identificación con el amigo": Consuelo Vélez, teóloga laica de Institución Teresiana, (Foto: cortesía Religión Digital/ Freepik)

Nota de la editora: Global Sisters Report presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones  dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo esté en ustedes y su gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. No les llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos porque todo lo que he oído de mi Padre se los he dado a conocer. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes y los he destinado para que vayan y den fruto y que ese fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda. Lo que les mando es que se aman los unos a los otros. (Jn 15, 9-17).

En este sexto domingo de Pascua, continuamos leyendo el capítulo 15 del Evangelio de Juan. El domingo pasado leímos lo correspondiente a la vid y los sarmientos y hoy se continúa el relato haciendo énfasis en el amor de Dios que nos llega a través de Jesús.

El Padre ama al Hijo y el Hijo nos sigue amando a cada uno de nosotros. De ahí se desprende el llamado de amarnos unos a otros, pero no de cualquier manera, sino como Jesús nos ha amado. Precisamente por eso, se pueden destacar aspectos irrenunciables de ese amor de Dios.

Un primer aspecto, es la necesidad de permanecer en ese amor. Es como si Jesús nos estuviera abriendo su corazón y nos revelará que el amor de Dios da un gozo pleno, colmado, total. Y quien tiene ese gozo, con certeza puede amar en verdad a todos los demás.

"Algo central del Evangelio de hoy es la relación que Jesús quiere establecer con los suyos: los llama amigos y no siervos. La experiencia cristiana no es de normas o cumplimientos; es de amistad, de amor": Consuelo Vélez, teóloga laica

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Un segundo aspecto es el límite de ese amor: “hasta la dar la vida”. No significa que se esté invitando al sacrificio sino a mantener la fidelidad, la coherencia, la verdad. Perder la vida por fidelidad es lo que produce frutos. De lo contrario es un sufrimiento inútil.

Tal vez algo central del Evangelio de hoy es la relación que Jesús quiere establecer con los suyos: los llama amigos y no siervos. La experiencia cristiana no es de normas o cumplimientos; es de relación, de amistad, de amor.

El texto, leído literalmente, puede desdecir lo que acabamos de afirmar porque Jesús dice que son sus amigos si hacen lo que les manda. Pero el sentido es lo que en otras ocasiones hemos insistido: la amistad lleva a la comunión de vida, de intereses, de objetivos. Es una obediencia no en el sentido de obligación sino de identificación con el amigo.

En otras palabras, el amor de Dios llega gratis, total, infinito, por medio de Jesús, a la vida de cada persona. Es un don que se nos ofrece de antemano. Es una elección que Dios ha hecho por pura ‘gracia’, no por nuestros méritos o por nuestras capacidades. Y, precisamente por esa elección gratuita, la consecuencia lógica es dar los frutos de amor correspondientes, mostrar en el amor de unos a otros que el amor de Dios recibido se hace fraternidad y sororidad en la historia concreta del aquí y el ahora.

La vida del Resucitado que seguimos conmemorando en la Pascua se encarna en el testimonio de amor de cada uno de los cristianos que han comprendido la misión encomendada y se disponen a realizarla en el amor mutuo, en la entrega recíproca, en la corresponsabilidad compartida.

Por parte del Padre todo está dado, todo está concedido. Por parte nuestra se necesita reconocer todo el amor recibido en nuestra vida y disponernos a dar gratis lo recibido gratis, a amar con esa generosidad, misericordia y entrega sin límites, como es el amor de Dios que sigue desbordándose en cada uno de nosotros.