En El Salvador, la memoria histórica une a generaciones para evitar el pasado de violencia

Una sobreviviente de una masacre comparte agua del río Sumpul con una niña; ambas participaron en una actividad intergeneracional, el 27 de abril 2024 en Arcatao, El Salvador, para recordar la emboscada y masacre del ejército salvadoreño contra más de 600 personas el 14 mayo de 1980.  (Foto: Rhina Guidos/GSR)

Una sobreviviente de una masacre comparte agua del río Sumpul con una niña; ambas participaron en una actividad intergeneracional, el 27 de abril 2024 en Arcatao, El Salvador, para recordar la emboscada y masacre del ejército salvadoreño contra más de 600 personas el 14 mayo de 1980.  (Foto: Rhina Guidos/GSR) 

El mural en el pueblo de Arcatao cuenta la historia de algunas de las horas más sangrientas en la historia del conflicto armado de El Salvador: niños acuchillados, campesinos acribillados; otros atrapados en las aguas crecientes de un río teñido con el color de la sangre.

Al igual que la obra Guernica de Pablo Picasso narra la historia del bombardeo al pueblo de Gernika (en euskera), el mural en Arcatao documenta un ataque a personas inocentes el 13 y 14 mayo del 1980 en un río cercano llamado Sumpul.

Fue allí donde fuerzas militares asesinaron a más de 600 campesinos en la zona norte del país, en una emboscada cerca del río que divide a El Salvador y Honduras. Algunas personas, como muestra el mural, murieron tras disparos de las fuerzas armadas; y otras lo hicieron ahogadas —sus cuerpos, arrastrados por la corriente— cuando soldados hondureños les impidieron cruzar.

El mural en Arcatao, en El Salvador, narra la masacre del río Sumpul, donde más de 600 campesinos fueron asesinados con metralla por el ejército salvadoreño el 14 de mayo de 1980. 

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La hermana de la Providencia Vilma Franco se sienta en un banco en su ciudad natal de Arcatao, El Salvador, el 27 de abril de 2024, frente a un mural que representa la masacre de 1980 en el río Sumpul. Cada año, organizaciones como la Asociación Sumpul recuerdan la masacre de más de 600 personas por las fuerzas armadas salvadoreñas, un esfuerzo para educar y prevenir que tales actos se repitan. (Foto: Rhina Guidos/GSR)

La hermana de la Providencia Vilma Franco se sienta en un banco en su ciudad natal de Arcatao, El Salvador, el 27 de abril de 2024, frente a un mural que representa la masacre de 1980 en el río Sumpul. Cada año, organizaciones como la Asociación Sumpul recuerdan la masacre de más de 600 personas por las fuerzas armadas salvadoreñas, un esfuerzo para educar y prevenir que tales actos se repitan. (Foto: Rhina Guidos/GSR)  

Entre los actos más crueles, el mural documenta cómo soldados acabaron con las vidas de niños y niñas insertándoles bayonetas en sus pequeños cuerpos mientras estos huían del terror.

"Acá ha habido mucha masacre", dijo la hermana de la Providencia Vilma Franco a Global Sisters Report el 27 abril, el día que sobrevivientes de la masacre del Sumpul se reunieron con jóvenes en su pueblo natal de Arcatao para aprender y hablar de lo que sucedió hace 44 años.

En el primer evento —de una serie organizada por varias instituciones en la diócesis de Chalatenango, donde ocurrieron más de 60 masacres durante la guerra— adolescentes y adultos mayores aprendieron y hablaron de ese pasado difícil. Los libros de historia de El Salvador no cuentan de tales acontecimientos históricos, a pesar de que el conflicto —de la década de 1970 hasta 1992— cobró más de 75.000 muertos y más de 8.000 desaparecidos en el país.

"Algunos desconocen todo lo que sucedió", dijo Edith Cruz, una joven del proyecto de memoria histórica de Cáritas Chalatenango y miembro de la junta directiva de la Asociación Sumpul, que busca que los habitantes de la región conozcan la historia. "Puede que los jóvenes digan: '¿Y cómo pasó?, si no lo hemos visto'. Pero ya, al estar los sobrevivientes que cuentan, entonces ahí se dan cuenta de que sí sucedieron los hechos y que es verdad", acotó.

"Es importante que los jóvenes conozcan lo que vivimos; no para revivir el dolor. Es una manera para que ellos conozcan la sabiduría de los adultos mayores. Y a mí, como viví [la guerra] me corresponde enseñarles": Hna. Vilma Franco

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Jóvenes en Arcatao, El Salvador, escuchan el 27 de abril de 2024 parte de la historia del 13 y 14 de mayo de 1980, cuando fuerzas armadas salvadoreñas emboscaron y después mataron a más de 600 campesinos y a sus hijos en el cercano río Sumpul.  (Foto: Rhina Guidos/GSR)

Jóvenes en Arcatao, El Salvador, escuchan el 27 de abril de 2024 parte de la historia del 13 y 14 de mayo de 1980, cuando fuerzas armadas salvadoreñas emboscaron y después mataron a más de 600 campesinos y a sus hijos en el cercano río Sumpul.  (Foto: Rhina Guidos/GSR)  

Para compensar la falta de conocimiento, las varias asociaciones, incluso Cáritas, la Asociación Sumpul, la Coordinadora de Comunidades para el Desarrollo y Repoblaciones de Chalatenango (CCR) organizaron encuentros intergeneracionales —antes de la conmemoración local de la masacre de este año— que han dado mayor conocimiento a los jóvenes de la región.

En el primer encuentro en Arcatao, sobrevivientes como Felipe Tobar y Julio Rivera participaron en grupos pequeños con adultos jóvenes y adolescentes en actividades para conocerse mejor los unos a los otros y, poco a poco, compartir historias en una actividad parecida a las estaciones de la cruz. Una estación narraba cómo algunos salieron corriendo; otra, lo que vieron y cómo se escaparon, y una hablaba del río, una fuente de vida que no tuvo la culpa de lo sucedido. Tobar enseñó a su grupo a cantar una parte de La Corrida del Sumpul, una canción ranchera que cuenta los hechos usando música.

"Con contar no vamos a resolver el problema que ya pasó, pero lo que queremos es hacer conciencia en las nuevas generaciones, con los jóvenes, para que sean jóvenes de bien, que le sirvan a la comunidad, que no se presten a cuestiones de la violencia, porque la guerra no deja nada bueno", insistió Tobar. "Los que lo vivimos, no queremos que se repita. Nunca. Jamás", enfatizó. 

Muchos, incluso Franco, cuyo padre fue víctima del conflicto bélico, sienten responsabilidad de hablar sobre ello, ya que existen fuertes corrientes en El Salvador que quieren que se deje de hablar del pasado, especialmente de la guerra.

Sobrevivientes de la masacre del río Sumpul, en El Salvador, se reúnen con los jóvenes para transmitir la memoria histórica de lo ocurrido en la frontera con Honduras y para prevenir una violencia similar en el futuro. 

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Jóvenes, acompañados por Julio Rivera, izquierda, un sobreviviente de la masacre del río Sumpul, leen un relato el 27 de abril 2024 en Arcatao, El Salvador, para aprender sobre la emboscada y el asesinato de más de 600 campesinos en 1980. (Foto: Rhina Guidos/GSR)

Jóvenes, acompañados por Julio Rivera, izquierda, un sobreviviente de la masacre del río Sumpul, leen un relato el 27 de abril 2024 en Arcatao, El Salvador, para aprender sobre la emboscada y el asesinato de más de 600 campesinos en 1980. (Foto: Rhina Guidos/GSR)

En enero, el Gobierno de El Salvador ordenó la destrucción de un monumento en San Salvador, la capital del país, que conmemoraba la reconciliación entre los dos bandos involucrados en la guerra, alegando que era feo, y denigrando los acuerdos que obligaron a los dos grupos a deponer sus armas.

Para Tobar, igual que para Franco, la historia juega un papel importante: no solo ayuda a los que sufrieron, dicen, sino que también contribuye a prevenir los errores del pasado.

"Es importante que los jóvenes conozcan lo que vivimos; no para revivir el dolor. Es una manera para que ellos entren y conozcan la sabiduría de los adultos mayores que tenemos. Y a mí, como viví [la guerra] como joven, también me corresponde un poco enseñarles a los niños", dijo la hermana.

Franco comparte su historia personal de ir como religiosa a Estados Unidos, cuyo Gobierno financió la guerra, donde se dio cuenta de la ayuda humanitaria que el pueblo estadounidense y católico, opuesto al conflicto, enviaba a El Salvador. Ella vio la diferencia entre el Gobierno, envuelto en la lucha de la Guerra Fría, y sus ciudadanos, quienes se solidarizaban con los que sufrían en El Salvador. Estas fueron lecciones que generaron una misión en su vida: la de no olvidar.  

"Por eso yo decidí venir aquí, a El Salvador, a trabajar con mi gente, desde mi historia personal", dijo.

Para Tobar, las sonrisas de los jóvenes, sus preguntas, el interés, el convivir, "alivia también" sus "penas", dijo.

Con los años quedan menos sobrevivientes como él. Organizaciones como la Asociación Sumpul, que ahora tiene mayoría de jóvenes en la junta directiva, ha documentado muchos de los testimonios, por escrito y en videos, y organiza un 'peregrinaje' anual, que incluye una caminata de dos horas recreando la emboscada en el sitio de la masacre y que termina con una eucaristía.

Los libros de historia de El Salvador no cuentan [hechos como las más de 60 masacres de Chalatenango y la del río Sumpul], pese a que el conflicto —desde la década de 1970 hasta 1992— cobró más de 75 000 muertos y más de 8000 desaparecidos.

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"Ahora, nuestro compromiso, como jóvenes, es como el relevo intergeneracional que se está dando y acompañando" a los sobrevivientes que quedan, dijo Cruz.

Se veía la necesidad de hacerlo, dijo, no solo para que sepan lo del Sumpul, sino también para que se den cuenta de tantas otras injusticias.

Para Tobar, la oportunidad de compartir es parte de la deuda que los sobrevivientes tienen con los que fallecieron, a pesar de que no es fácil recordar lo que vio esos días.

"Me siento privilegiado de estar con vida, porque no es fácil… tanta gente, niños que murieron", dijo. "Y nosotros ya viejos, todavía tenemos el privilegio de estar. Estamos bendecidos por esta oportunidad que el Señor nos da y no la podemos traicionar. Vamos a seguir, siempre adelante", agregó.